Si entendemos el teatro como un templo en el que se realiza un ritual, Rafael Álvarez, el Brujo, ejerce de sumo sacerdote. Su control de la declamación, interpretación y ritmo escénico son absolutos. El barroco escenario del Teatro Santa Isabel se repliega ante los quejíos y verónicas escénicas del oficiante. El Brujo transmuta la palabra en emoción que deviene misterio. El testigo es un texto del poeta y flamencólogo Fenando Quiñones. A través de la figura ausente de Miguel Pantalón, un flamenco canalla y vividor, el Brujo construye el arquetipo del pícaro andaluz de los años 40 que desgrana cada instante como si fuera el último. La retahíla de anécdotas de un modo de vida ya extinto asegura la carcajada sin concesiones. Muy recomendable.
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