La obra se inicia con el silencio más estentóreo que recuerdo sobre un escenario. Son 15 lapidarios minutos que rebosan desamparo, en los que lo único que escuchamos es al viejo huraño Krapp deambulando por su habitación engullendo un plátano. El hedor a sordidez impregna el alma. En un acto de justicia poética el Teatro de la Puerta Estrecha apuesta valientemente por Beckett, el domador de sombras, el arquitecto del silencio. Uno de los más grandes dramaturgos del siglo XX. La última cinta de Krapp es un texto complejo y evocador a pesar de su aparente simplicidad: un hombre solitario dialoga con su pasado a través de grabaciones que él mismo realizó treinta años atrás. La austera puesta en escena, junto con los juegos de luces y sombras, construyen una acertada atmósfera tenebrista. Soberbia la actuación de Rodolfo Cortizo, que solventa exitosamente una interpretación difícil y llena de matices. No dejen pasar la oportunidad de verla.
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