A pesar de que el éxito del teatro de variedades radica en la suma de sus partes, algunos números que por sí solos justifican la visita. Y entre ellos, el de Galina Troschenko, campeona europea de pole-dance, que se lanza boca abajo sin ningún tipo de seguridad desde una barra de acero a más de 10 metros de altura; el derviche Lo Ambiguo, quien durante más de 20 minutos no cesa de danzar girando sobre sí mismo en trance sufí; la surrealista cantante de rancheras mexicana Astrid Hadad o el elegante erotismo de la bailarina de burlesque Catherine d'Lish, que encandiló al auditorio con sus curvas.
Uno de los grandes aciertos del montaje consiste en la inclusión en Bilbao de La Otxoa. El artista transformista encarna la propia naturaleza arrabalera y transgresora de todo buen cabaret. Su sola presencia basta para que el público se desternille de risa. Increpa al auditorio con esa perspicacia y rapidez que solo se adquiere con muchas tablas sobre las espaldas.
Rossy de Palma ejerce como maestra de ceremonías aportando glamour y garbo al espectáculo. Aitor Basauri también está a la altura de las circustancias y encadena con éxito diferentes números cómicos.
Admirable el esfuerzo por transformar un pabellón de baloncesto en un descarado cabaret al que no le faltaba de nada, desde las lámparas de araña a mesitas individuales con luz ténue y decoración sesentera.
La orquesta supone otro elemento básico para el éxito de la velada. Bajo la dirección del colombiano Germán Díaz, Los ocho músicos construyen una atmósfera que aporta dinamismo al cabaret. Otro de los aciertos consiste en la posibilidad de cenar o tomar una copa mientras se disfruta del espectáculo. Solo faltaba el humo.
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